Aunque haya disminuido el apoyo popular a las corridas de toros, el fin de las fiestas crueles dependerá del grado de respaldo de los medios de comunicación, de los intereses económicos y de las instituciones públicas y religiosas que tradicionalmente las han justificado y mantenido, política y materialmente, a cambio de vender su alma al diablo o al mejor postor, permitiendo la implantación del “status quo” taurino y la pérdida de valores éticos y religiosos del modelo egoísta de sociedad actual, intolerante y cruel, que se manifiesta a través de las retransmisiones taurinas, la violencia deportiva y doméstica y la telebasura en general, con el silencio cómplice, egoísta o ignorante de los votantes que legitiman activa o pasivamente la violencia institucionalizada sin comprender el origen de los conflictos sociales y las guerras locales y transnacionales que condicionan e hipotecan el presente y el futuro de la humanidad.
El fomento de la crueldad y el desprecio a la vida llega incluso a redefinir y condicionar el comportamiento y la identidad cultural de los aficionados a la sangre, a través de nuevos videojuegos como “Torero, arte y pasión en la arena”, con una opción, presentada por un conocido torero, que enseña a dos jugadores las técnicas más refinadas para torturar y matar a sus víctimas virtuales o potenciales. Al igual que los esfuerzos, claramente tendenciosos para presentar una corrida de toros simbólicamente, con descaro o sutileza, como una expresión artística fascinante y respetable, a través del cine o del teatro, en obras como “Carmen” y “Don Juan en los ruedos”, de Salvador Távora, que llenan los escenarios de sangre real, vertida para satisfacer el morbo de los espectadores, o la película “Hable con ella”, del director Pedro Almodóvar, quien organizó corridas de muerte en Madrid y Guadalajara, que costaron la vida a varios toros, destruyendo la magia incruenta del cine para manchar de sangre a los espectadores y hacerles cómplices involuntarios de una atrocidad éticamente incomprensible e injustificable.
Uno de los factores que contribuyen a mantener y fomentar las corridas de toros es el aporte de dinero público de las instituciones locales y regionales a las escuelas taurinas, que surgieron junto a los antiguos mataderos municipales, donde se entrena a niños de doce y catorce años en “el arte de matar”, mediante competiciones y prácticas con terneros y vacas, que sufren atroces heridas e incluso, como en la escuela taurina de Madrid, mutilaciones de las orejas y el rabo antes de morir. Barbaridades que forman parte del ritual tauricida de las corridas, apoyadas y justificadas por representantes taurinos de la cultura, como el escritor y catedrático de ética de la Universidad Complutense de Madrid, defensor de las corridas de toros y de las víctimas del terrorismo, Fernando Savater, quien se jacta de que “las barbaridades a veces también tienen su mérito, su estética y su ética”, justificando demagógicamente la crueldad por no ser, según él, “el objetivo de la diversión”, sino “un ingrediente necesario”.
El gobierno de Andalucía, que también apoya las corridas de toros, justifica las escuelas taurinas que subvenciona haciendo una lectura parcial de los artículos 35 y 46 de la Constitución Española, que tratan del derecho al trabajo y la libre elección de un empleo o una profesión, así como el fomento y conservación del patrimonio cultural español, sin tener en cuenta el artículo 14, que trata del derecho a la vida, sin miedo a la tortura y a un trato inhumano y degradante, que convenientemente no se aplica a los toros y caballos víctimas de las corridas.
Otros factores económicos que contribuyen a mantener las corridas son la asistencia, nada grata, del turista ocasional que apoya, a menudo involuntariamente, el morboso espectáculo y la diversificación económica de los ruedos. Asimismo, mientras algunos ganaderos se benefician de la ayuda económica de la Unión Europea, destinada a la producción de carne, otras subvenciones públicas permiten la celebración de corridas de toros en pueblos y ciudades que carecen de medios económicos para organizarlas por su cuenta. La venta de carne de los animales sacrificados a los gourmets taurinos, que ignoran o desean ignorar la importante liberación de toxinas producida por el estrés de las víctimas y las enfermedades habituales relacionadas con su consumo, como tuberculosis, nefritis y parasitosis hepática, también contribuye a hacer más rentable la masacre taurina.
A pesar de la falta de apoyo público por los espectáculos crueles de las últimas estadísticas, coincidiendo con el auge del vegetarianismo/veganismo y la búsqueda de valores espirituales basados en el respeto a la vida; sin absurdas excepciones antropocéntricas o religiosas, la mafia taurina, que nunca en su macabra historia ha querido saber de leyes de protección animal (incompatibles con su actividad tauricida, destructora de hombres y caballos), trata desesperadamente de retrasar el inevitable fin de una sangrienta dictadura que extiende sus tentáculos por los satélites taurinos de Europa, América y otros feudos potenciales, imponiendo un espectáculo denigrante y remodelando o proyectando nuevos centros de tortura multiuso, con cubierta o techo retráctil, para subvencionar y equiparar el martirio de animales con otros espectáculos musicales y artísticos más lucrativos, como el centro multimillonario de la ciudad de Burgos, previsto para el 2004.